miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mi Libro de Arena

I

Soy una victima más de mis sueños...

Te conocí cuando tenía poca conciencia de mi, el cuerpo humano era una marioneta animada por emociones de uno mismo y para pasar las tardes todo era tan sencillo como acomodarse en un buen lugar de una sala compartida para quedarte viendo una caja, creo que ya había ta-r-e-a-s, que si pienso en ellas en este momento son risibles y aburridas de composiciones de veintisiete símbolos.

Los íconos del momento no eran como los de hoy, antes luchábamos por la verdad y la justicia, se competía justamente por la chica más linda, se exploraba el mundo, los universos y los deportes; hoy basta darles el donde de hablar y estúpidamente reir a objetos inanimados para distraer a los más chicos.

La vida a los seis años es más simple, se reduce a hacer lo que los demás quieren que hagas. Al ir creciendo y darte cuenta que la vida nunca será igual de fácil todo se empieza a complicar. Tú lo sabes, yo nunca tuve esas ilusiones de los niños -"De grande quiero ser (inserte título de licenciatura aqui)". Yo me limité a hacer un gesto de indiferencia, decir que no sabía y seguir construyendo y destruyendo mis mundos y posibilidades. Casi dieciocho años después me sigo planteando ideas y posibilidades y desechándolas un par de segundos después.

Los viernes eran un día especial, en la escuela nos dejaban ir de "ropa normal" y había recreo y actividades deportivas en la Alameda, (Mi escuela estaba justo enfrente esos días). Recuerdo haber corrido un poco más que otros viernes y haber dormido menos que otros jueves. Me senté a descansar cerca del kiosco, en una de las bancas de piedra que lo rodean. Más niños pasaban por ahi, decidí acostarme y quedarme viendo el mundo de cabeza, fué cuando te vi.

Una pequeña de tres años caminando por el cielo con miedo a caerse y ensuciarse las rodillas, sus papás la cuidaban uno de cada manita, me pareció extraño que tu vestidito no se fuera hacia arriba hasta que recordé incorporarme, los pasitos me llamaron mucho la atención, eran rápidos y seguros como los del alguien mayor, algo extraño para una niña de tres años, pero supuse enseguida que era por la seguridad que le daban las manos de sus papás. Disfrutaba más el hecho de ir tomada de las manos que el placer propio de caminar. Notaste que estaba ahí sentado observándote, tus guías ni se percataron del niño que los observaba desde lejos. Te conocí en un instante en que las miradas de dos niños se cruzaron, lo supe todo pero lo volví a olvidar un par de segundos después.


J




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